El pozo by Berna González Harbour

El pozo by Berna González Harbour

autor:Berna González Harbour [González Harbour, Berna]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2021-04-30T16:00:00+00:00


9

Greta llegó al pozo al final de la tarde. Sabía —o creía saber— en exclusiva dónde iba a hablar Vasile y cuándo. Pero no había secretos en Gomorra y todos lo sabían —o lo creían saber— también. La policía había filtrado que el padre iba a hacer una breve declaración para demostrar que no estaba detenido y, aunque había aclarado que solo iba a entrar la Agencia Pública, los periodistas se habían apelotonado en la zona con sus cámaras y sus micrófonos más esponjados, dispuestos a exigir un reparto del banquete. Algunos estaban ya en directo en los programas de la tarde.

Quatremer se unió a Greta, apoyó la cámara en el suelo y encendió un cigarrillo.

—¿Qué te pasa? —Disparó Quatremer.

—Nada. ¿Por?

—La cara. Te veo rara.

—La familia. Un coñazo.

—Eso es porque todavía te importa. ¡Ya verás cuando te deje de importar! —Rio el cámara.

Greta apretó los labios. Al fin había hablado con su hermana. Esta había empezado rogándole que llamase a su madre, que saliera con ella, que la visitara. Su hermana, que había puesto por medio no solo un océano sino un marido marciano (o canadiense), un hijo que parecía todo menos español y hasta una filosofía de vida a salvo de sus padres, le imploraba a ella, a Greta, la que se había comido la depresión del padre, las broncas, las humillaciones, la debilidad de la madre, porque no de otra manera podía llamarse ese ensimismamiento que la hacía incapaz de defender a sus hijas y sus opciones vitales, que no precisamente consistían en el satanismo o en la brujería, sino en hacer su vida, su puta vida, quería darle lecciones. «Mamá está arrepentida, Greta. Solo quiere verte».

«Mamá me ha dicho que vuelves». Le había soltado Greta. Y entonces su hermana se echó a llorar. Que todo iba mal. Que al menos iba a probar. Que si tenía sitio en su piso para quedarse con el niño. «Por no quedarme con papá y mamá». Que por eso hacía falta que entre las dos cuidaran a mamá, del disgusto que se iba a llevar si ella no iba a vivir en su casa. Y Greta, que aún se estaba acostumbrando a esa buhardilla estrecha y sin ascensor, lo más presentable que había alcanzado a alquilar con los mil y pico euros que ganaba, cuya mayor virtud era salvarla de las invectivas de su padre o de su silencio culpabilizador, que era aún peor, tenía que plantearse ahora recibir a su hermana y su sobrino. ¿En la bañera? Acaso ahí encajaba una esterilla. La que compró para el yoga que nunca llegó a practicar.

—¡Eh! ¡Bicho! Vuelve. —Quatremer chasqueó los dedos—. ¿Dónde estás?

—Estoy, estoy. Lo que dudo es que tú estés. ¿Qué hace ahí tu amiga? —dijo ella, señalando la cámara, extrañamente incólume en su funda.

—Ya ves. Creo que prefiero volver a cubrir las ruedas de prensa de Echenique.

—Venga ya.

Los dos no tuvieron más remedio que hacerse a un lado para evitar una escalera de obra que se hacía hueco a hombros de un técnico fornido.



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